lunes, 6 de enero de 2014

Que la vida es un poquito así, sin sentido.

Y comprendí que la música puede marcar tus latidos y que el frío no es el único capaz de ponerte la piel de gallina. Que hay distancias insufriblemente pequeñas que no desaparecen por mucho que se junten dos cuerpos. Que a veces echas de menos lo que un día te sobraba. Que somos efectos colaterales que buscan a alguien que de sentido a todo esto, a lo de más allá.
Y me enamoré. Me enamoré mil veces y ninguna de ellas fue real, porque de todas las mentiras mi favorita es la literatura. Y reí tan alto, tan fuerte, tan raro como pude. Y lloré bajito procurando no despertar a los de alrededor. Y callé, a veces mucho y a veces nada. Y descubrí que por la noche los pensamientos suenan más fuerte y que las miradas que se cruzan son las que tenían que cruzarse, son las que dibujan nuestro destino. El destino. Del destino aprendí que solo existe si tú quieres que exista. Que está ahí y puedes hacerle caso, o no. Tú decides, tú das el paso, tú asumes. Y me di cuenta de que la maldita respuesta nunca debería ser la huida.

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